J. L. Borges, tan cicatero repartiendo alabanzas literarias, elogió el conjunto de la obra de Sudermann, pese a hallarse ésta adscrita a una corriente, la naturalista, a la que el autor argentino era especialmente reacio. Algo que se comprende cuando leemos el magistral relato que presentamos: naturalista, sí, pero trascendido de continuo por un soterrado fondo fantástico. El protagonista, un joven predestinado a la desgracia por su timidez y un entorno familiar pobre y opresivo, alcanzará una impensada plenitud tras una peripecia vital en donde su capacidad de entrega y sacrificio se verá mágicamente recompensada por diversos giros sorprendentes que el Destino efectúa en su favor. La maestría de Sudermann destaca en el modo en que va transfigurando la sencillez y minuciosidad extremas del relato mediante un aura poética cuya contención pudorosa no impide que en numerosos instantes la historia sobrecoja al lector.
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